Joker: mitos y verdades sobre su enfermedad mental

Uno de los aspectos más polémicos de Joker, el filme de Todd Phillips, es la forma en como describe la enfermedad mental, ¿qué es verdad y qué es mito?

“Antes dudaba de mi propia existencia. Pero sí existo, y la gente está empezando a notarlo”.

MITO 5: ¿TODOS LOS ENFERMOS MENTALES SON AGRESIVOS?

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Esto es falso, existe un estigma muy fuerte a pensar que las personas con padecimientos psiquiátricos son peligrosas. En realidad, en el campo clínico se ha visto que son muy pocos los que atentan contra otros; no significa que no existan, pero suele ser más frecuente que ellos sean agredidos o se agredan a sí mismos.

Analizando a Arthur Fleck en Joker, él no disfruta de causar daño, más bien disfruta de obtener aprobación de los demás. Menciona sentirse preocupado por haber lastimado a personas y no sentir culpa por ello.

Es importante recordar que él proviene de un entorno violento. No es justificación moral, pero sí una explicación lógica. Usualmente en psicología le llamamos identificación con el agresor a la premisa de que, si yo soy el victimario, ya no puedo ser la víctima. Arthur al final prefiere lastimar que ser lastimado; de ahí que se sienta tan empoderado cuando mata; además de que le provee popularidad.

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En todos los asesinatos que comete, reacciona ante un ataque previo por parte de la otra persona. Esto no sucedería en una persona con trastorno antisocial de la personalidad, usualmente conocido como sociopatía. Estas personas sienten placer al agredir o violar cualquier norma, y carecen de empatía hacia los demás. En cambio, Arthur le perdona la vida a Gary, uno de sus pocos amigos.

Hablando de sociopatía, justo el Joker de The Dark Knight, (2008) dirigido por Christopher Nolan, corresponde a uno. Personalmente, es mi favorito por ser más ominoso, es decir, porque él no busca venganza, aceptación, dinero, poder ni fama: “sólo quiere ver al mundo arder”. Muy diferente al de Todd Phillips, que nos genera más empatía que miedo.

A los enfermos mentales les tenemos miedo no porque sean peligrosos, sino porque nos sentimos psicológicamente amenazados ante lo que es diferente. Sigmund Freud a este mecanismo de defensa le llamaba proyección (“yo no te agredí al rechazarte, tú me quieres agredir porque estás loco”). Similar a lo que muchos sienten hacia los ancianos, pobres o minorías.