Soul: un Pixar deconstruido

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En uno de los momentos más disruptivos de Inside Out (2015), los personajes de Tristeza, Alegría y Bing-Bong (voces de Amy Poehler, Phyllis Smith y Richard Kind, respectivamente) buscan un atajo para llegar al “Tren de pensamiento” y para ello entran al área de la mente llamada “pensamiento abstracto”. Una vez ahí, los personajes empiezan a sufrir una “deconstrucción”: de ser imágenes con tres dimensiones creadas a partir de un conglomerado casi imperceptible de diminutas esferas de luz, comienzan a mutar en figuras cubistas, luego planas y finalmente en formas geométricas.

Nunca antes se había visto algo así en una cinta Pixar, si acaso el momento más parecido a esta deconstrucción ocurre en Ratatouille (2007), cuando vemos a la rata Remy (voz de Patton Oswalt) describiendo la sensación de mezclar sabores: luminosas formas geométricas danzan sobre un fondo de destellos de color.

Evolución visual

Han pasado 25 años desde el primer largometraje animado de Pixar -Toy Story (1995)- y en aquella época el reto era emular el mundo real: reproducir de manera convincente en la computadora elementos cotidianos como el pelo, la ropa, el océano, las plantas, la luz.

Durante ese tiempo, la tecnología y su propio ingenio le permitió a Pixar alcanzar niveles de sofisticación visual impresionantes: tan sólo hay que comparar la primera Toy Story con la tercera, en quince años el estudio encontró la forma de reproducir de manera convincente el pelo de los humanos, las texturas de la tela, el reflejo de luz de los materiales, etc.

Lo anterior viene a cuento porque, con Soul, el reto pareciera ir ahora en dirección contraria. Ya no se trata de emular la realidad, sino precisamente de deconstruirla. La apuesta ya no es por el realismo ni por las eternas horas de render en computadora. En más de un sentido, Soul -el cuarto largometraje del director Pete Docter- es un regreso a conceptos simples, básicos, pero es también una marcha atrás en la filosofía que por más de 25 años era el faro que guiaba prácticamente todo proyecto Pixar.

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Atrapado en la frustración

En Soul seguimos la vida de Joe Gardner (voz de Jamie Foxx), un afable pero frustrado profesor de música que da clases en alguna escuela secundaria del Bronx. Su sueño es tocar junto con los grandes y dedicarse profesionalmente a la música, pero su realidad es aquel salón de clase donde nadie pone demasiada atención y si acaso solo uno de sus alumnos -una niña que toca el saxofón- parece realmente importarle el jazz.

Peor aún, la escuela donde trabaja le acaba de otorgar la plaza completa como maestro. Una buena noticia, podría pensarse, pero no para Gardner quien en dicha promoción solo ve la condena de seguir estancado en un salón de clases.

Se trata del escenario Pixar clásico: el hombre brillante (la rata brillante, el superhéroe fantástico, el veloz auto de carreras) atrapado en un entorno mediocre que no le permite explotar su potencial creativo.

Pero de inmediato sucede un primer giro: Gardner consigue unirse a la banda de una jazzista famosa -Dorothea Williams (voz de Angela Basset). Así, finalmente cumplirá su sueño de vida, tocará con los grandes, se volverá músico profesional y callará a todos aquellos que por años dudaron de él, empezando por su madre, quien ve como un desperdicio de tiempo que dedique tantas horas a ser músico cuando debería trabajar en algo que le dé sueldo y prestaciones.

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Pixar deconstruído

El dios Pixar es cruel. Justo cuando Gardner ha alcanzado su objetivo de vida, Joe muere a causa de un accidente. Su alma entonces llega al “Great Beyond”: una enorme banda (cuál escalera de centro comercial) que lleva a las almas muertas -apacibles y aborregadas- rumbo a una luz brillante que las engulle.

Gardener se niega a aceptar su destino tan fácilmente (menos cuando la vida le empezaba a salir bien, “era mi momento, lo merezco”) y de alguna forma huye del “Más allá” al “Más acá” (o Great Before, pues) el lugar donde todas las almas están a la espera de ir a la tierra y nacer.

La descripción gráfica de este par de abstracciones -el Más Allá, y el Más Acá- es el gran logro visual de la película. Al igual que en Inside Out o en Ratatouille, los demiurgos de Pixar encuentran en la deconstrucción la solución para los dilemas prácticos que plantea la cinta: ¿cómo se dibuja un alma?

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La respuesta está en forma de pequeñas figuras de cabeza ovalada, cuerpo curvo gelatinoso, traslúcidas, que literalmente brillan con luz propia. El espacio donde se mueven parece un desierto de colores donde predomina el azul pastel, un espacio frío y limpio (cual tienda de Apple) donde estas pequeñas “almas” conviven y esperan a encontrar “la chispa” de su vida, aquello que los mueve y motiva a vivir.

La atmósfera se completa con personajes aún más simples -que recuerdan al arte de Joan Miró– dibujados en líneas continuas; son los encargados de la burocracia del lugar. Lejos, muy lejos, estamos de los personajes tridimensionales, llenos de detalles en la ropa o en el pelo: Pixar regresa a la líneas básicas, a los colores suaves.

En su intento por regresar a la tierra (a su cuerpo y a su vida), Joe termina por hacer equipo con 22, una alma renegada que no ha encontrado su “chispa” de vida a pesar de haber recibido asesorías de gente como Lincoln, Carl Jung o la Madre Teresa.

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Así, lo que empieza como un relato casi metafísico, se convierte en una comedia de intercambio de cuerpos en la tradición de Freaky Friday (Nelson, 1976) con algo de Heaven can Wait (Beaty,1978): Joe y 22 eventualmente regresarán a una colorida y muy viva Nueva York (impresionante manejo de las luces y el encuadre) pero no como hubieran querido (no revelaré por qué), por lo que tienen de aquí a la noche para corregir el problema antes de que sea la hora del concierto de Joe.

Hasta el momento la película parece medianamente predecible, incluso cuando llegamos a la climática escena (probablemente la mejor de la película) donde Joe Gardner confronta a su madre por el hecho de preferir la aventura de la música antes que la seguridad de un sueldo, o aquel momento apoteósico en el bar donde la extraordinaria cámara de Matt Aspbury e Ian Megibben nos transportan a un concierto de Jazz que ya hubiera querido Demian Chazelle para alguna de sus películas.

Ese mismo despliegue de colores, iluminación y texturas se nota en todas las escenas que suceden en la calles de Nueva York. Desde Ratatouille (Bird, 2007) no habíamos visto tal nivel de detalle (y de amor) en la representación de una ciudad. Incluso su música (las notas de jazz provenientes del piano de Jon Batiste) contrasta armoniosamente con los ritmos electrónicos del brillante score de Trent Reznor y Atticus Ross.

Filosofía contradictoria

Es justo al final (a continuación spoilers) donde la gran contradicción de Soul frente al canon Pixar se hace evidente. Joe consigue su sueño, pero no parece feliz. Y la conclusión es que la felicidad no está en las obsesiones, ni en los objetivos, la felicidad no está en ser el mejor en algo, ni tampoco en salir de la mediocridad del día a día. Remmy, Mr Fantástico, Rayo McQueen, todos ellos parece estaban equivocados, la felicidad no está en romper con la mediocridad que nos ahoga, sino en abrazar la vida común y corriente, en salir a oler la flores, en gritar “Qué Bello es Vivir” (Capra, 1946).

Así, el regreso a lo básico no está sólo en lo visual sino también en lo argumental. La filosofía Pixar -ésa colmena donde el valor de talentos combinados se supedita para que las mejores ideas sean las que lleguen a pantalla- reniega ahora de 25 años de pensamiento crítico ante la mediocridad: resulta pues que Mr. Fantástico debió quedarse en su empleo como vendedor de seguros, Remy debió quedarse con su familia y jamás caminar en dos patas, los monstruos de Monsters Inc. -Sully y Mike- jamás debieron de entrar a trabajar a aquella empresa ni obsesionarse con ser monstruos asustadores.

La obsesión, dice ahora Pixar, produce almas perdidas. El mensaje más sombrío que hayan dado jamás en estos 25 años de lucha por ser diferentes, brillantes, y nunca conformes.