EL ETERNAUTA: EL NUEVO VIAJE SIN RETORNO DE UN ODISEO EN CONTINUO

“Esto ya lo toqué mañana, es horrible, Miles, esto ya lo toqué mañana”

El Perseguidor, Julio Cortázar

Cuando estudiaba la licenciatura en los 90, con amistades aficionadas al arte secuencial se mencionaban diversos títulos de cómics con un carisma de legendarios. Dos casos latinoamericanos destacaban: “Operación Bolívar”, del mexicano Edgar Clément, y “El Eternauta”, de los argentinos German Oesterheld y Francisco Solano (y agregaría “Los mitos de Cthulhu” del también argentino Alberto Breccia). Legendarios porque se sabía que existían y se presuponían joyas comiqueras, pero no estaban al alcance de la mano, adicionalmente sus publicaciones fueron “por entregas” lo cual dificultaba su (re)colección y el préstamo entre amistades era raro o imposible.

Ediciones recopilatorias de “El Eternauta” habrían comenzado a circular en diferentes momentos, hace un par de años, con la reciente edición de Planeta me fue posible saldar la deuda de lectura con dicho título. Con un formato tipo libreta italiana, herencia de su publicación original en la revista “Hora Cero Semanal”, aunque incómodo para leer, una vez que empecé no pude soltar el volumen de 362 páginas. 

“El Eternauta” es un cómic de viñetas blanco y negro de trazos nítidos, realista con énfasis en los rostros de los personajes y sus miradas, como tomado del cine expresionista europeo de inicios del siglo XX (subjetivista, romantizante) y de referencias gráficas militares, de devastación, tomadas de paisajes urbanos y de la ciencia ficción. Sin separación de capítulos ni apartados de ningún tipo, es una historia en continuo o “apandada” donde las acciones no cesan y transcurren, según lo comentan sus personajes, tan sólo en “unas cuantas horas”. Un equivalente cinematográfico pudiera ser “1917” (Mendes, 2019) con su falso pero eficaz plano-secuencia de 119 minutos, y varias otras películas de guerra, invasiones y ciencia ficción más convencionales.

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Un nuevo Ulises

Una madrugada como cualquier otra, a un escritor y guionista le visita una aparición proveniente de un tiempo impreciso y de una dimensión incierta, con “la mirada de un hombre que había visto tanto que había llegado a comprenderlo todo”. Es el viajero de la eternidad, un nuevo Ulises extraviado que necesita narrar (confesar) su historia, que a ratos resulta ser la historia de un país y su gente: algo está sucediendo en Argentina, la familia de Juan Salvo y tres amigos quedan aislados en su casa rodeados por la muerte, obligados al horror de sobrevivir a esa crisis como sea y sin saber por cuánto tiempo ni las causas ni en qué condiciones se encuentre el resto del país o el planeta.

Un desbaratado Ejército Nacional no tardará en encontrarlos y, lejos de salvarlos, los consume en un reclutamiento forzoso, pues lo que está detrás de la crisis es una invasión global por parte de un enemigo desconocido y la Argentina debe responder. Así la supervivencia abre paso a combates y penurias de un grupo de civiles armados y habilitados como carne de cañón, cuya marcha por las calles y barrios de Buenos Aires les permitirá conocer paso a paso y horror tras horror a los “ellos”, los invasores (los otros).

La historia no suena distinta a muchas otras, pero destaca precisamente que “El Eternauta” comenzó a publicarse en 1957, momento que, junto con la trama y subtramas, permite elaborar una serie de analogías con la realidad, empezando por resabios de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, las consecuentes intervenciones abiertas y encubiertas de las superpotencias y el temor ante la posibilidad de un conflicto nuclear; sin olvidar toda una serie de gobiernos militarizados, el golpe de estado contra Juan Domingo Perón e inicio de la dictadura encabezada por Pedro Eugenio Aramburu. 

Más de una década después, durante la dictadura del general Videla, las cuatro hijas de Oesterheld y él mismo serían secuestrados y desaparecidos por el ejército en el poder. Bajo esas referencias, dentro y fuera del cómic, no es difícil prever que la odisea del Eternauta enfrentó desde su inicio la imposibilidad de regresar a un hogar.

El Eternauta: la serie

Es 2025 y “El Eternauta” inicia otro viaje para confesar su historia, ahora bajo el formato de serie para streaming de Netflix dirigida por Bruno Stagnaro. En un momento plagado con adaptaciones cinematográficas y televisivas de cómics, principalmente de superhéroes, la serie de “El Eternauta” llega fresca, casi sin aviso y destaca por ser una producción cuidada en su guión y en su realización.

Con los primeros seis capítulos en conjunto, los escritores muestran respeto por mantener conceptos, situaciones y características de los personajes que dan identidad al cómic, ahí están la máscara de oxígeno (“traje de buzo”), la ciudad de Buenos Aires, los conocimientos de Favalli, los “cascarudos” (ahora “bichos”) y las personas “robots”. 

Pero también se tomaron decisiones para lograr verosimilitud, como que la trama suceda en nuestra época, no en la década del 50 y a lo largo de varios días, que la mortalidad de la “nieve” pierda efectividad con el tiempo, o que la solidaridad entre grupos de sobrevivientes no sea tan inmediata.

También esas decisiones de adaptación llevan a que en la serie sucedan “lugares comunes” que no estuvieron presentes en el cómic, pero sí en series y películas de ciencia ficción, zombis, invasiones y supervivencia ante catástrofes, por ejemplo: secuencias oníricas de viaje espacio/tiempo y respiración dentro de la máscara tipo “2001: a space odyssey” (Kubrick, 1968); batallas de ciudadanos argentinos contra bichos a la “Starship Troopers” (Verhoeven, 1997); el uso de un centro comercial como refugio en “The Mist” (Darabont, 2007); sobrevivientes viajando a bordo de una camper estilo “The Walking Dead” (del mismo Darabont, 2010); ataques calle por calle como en “War of the Worlds” (Spielberg, 2005); y la desconfianza entre personajes infiltrados como en “The Thing” (Carpenter, 1982). 

Aquí caben dos observaciones aludiendo a la paciencia del espectador exigente: 1) todas las anteriores referencias están basadas en novelas y un cómic (primer nivel de reconocimiento u homenaje); y 2) insistir que “El Eternauta” publicado originalmente entre 1957-1959 no contaba con esas secuencias, por lo que hay la posibilidad de que se trate más bien de homenajes (en segundo nivel, ¿re-homenajes?) por parte del equipo detrás de la serie.

 

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Cómo en el cómic

La realización es de muy buena calidad, por mencionar ejemplos palpables, la nieve omnipresente y ominosa, las calles desérticas, devastadas y bloqueadas son de un realismo desgarrador y acompañan bien las pequeñas historias correspondientes a los personajes que constantemente contrastan cómo era su vida unas horas antes con electricidad, smartphones, tiendas de conveniencia, transporte público y demás condiciones ya no disponibles.

También en la serie “El Eternauta” conviven temas de perfil humano y social. Ante una crisis generalizada ¿hay que esforzarse en ayudar a los demás?, ¿es inútil?, ¿por qué hacerlo? Se supone que el homo sapiens sobrevivió y progresó en parte a su capacidad de coordinarse en grupos para resolver de forma sostenible necesidades básicas (vivienda, alimento, ropa, traslados, protección), ¿en la actualidad esa capacidad se mantiene? 

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La serie, en lo que va, es menos optimista que el comic en estos aspectos, y aún así plantea el ánimo por mostrar personajes dispuestos a ser solidarios cuando llega el momento, una actitud tan necesaria en los tiempos que corren, al fin y al cabo, en palabras de Oesterheld, “el héroe es siempre colectivo” (apud Guillermo Saccomanno, prólogo “El Eternauta”, 2022).

El director español Alex de la Iglesia, en una de sus redes sociales, no podía resumir mejor lo que transmite la serie: “brillante, modélica y no sólo eso, sino también muy necesaria (…) es ambiciosa, generosa, adulta, soberbiamente escrita. La sensación que he tenido al verla es la misma que tuve cuando leí el cómic”. 

 

El Eternauta: el heraldo de la tempestad

A ”El Eternauta” tiene los atributos mencionados y se le pueden seguir encontrando más, reúne generaciones, acerca públicos de diferentes medios, echa luz en los contextos históricos y que suelen estar detrás de un cómic o una serie. Así, el Eternauta cumple su cometido como heraldo de la tempestad (el cómic se publicó años antes que Silver Surfer, Metron o Dr. Who), y sus viajes continúan impactando a aquellos dispuestos a enterarse del mañana que fue ayer y ya es hoy.

Y finalmente, en la serie no podía faltar el uso preciso de canciones de identidad argentina, desde clásicos como “Caminito” interpretada por Carlos Gardel y “Cuando pase el temblor” de la Soda Stereo, hasta “Alguien más en quien confiar” de El Reloj, “Credo” con Mercedes Sosa, “El Magnetismo” de Él Mató a un Policía Motorizado, “Post-Crucifixion” de Pescado Rabioso, y la fabulosa “Porque hoy nací” de Manal, como para cantarse en coro y antes de que caiga el primer copo: “Hoy recién hoy, el sol me quemó / Y el viento de los vivos me despertó / Hoy adivino qué me pasa, porqué mi nombre no soy yo / porqué no tengo una casa / porqué estoy sólo y no soy / Porque hoy nací / Hoy nací”.

 

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