RAW, o la desdicha de la virtud

En una escena clave de RAW, ópera prima de la cineasta francesa Julia Ducournau, Justine (estupenda Garance Miller), una estudiante de primer año en la carrera de Médico Veterinario, se ve fijamente al espejo, el rostro casi angelical e ingenuo que le conocimos al inicio del filme se ha transformado en una mirada punzante y lasciva, el vestido que le heredara su hermana le sienta a la perfección, se ve tan sexy que ella misma le da besos a su imagen reflejada mientras canta para sí misma una escandalosa canción que escucha en sus audífonos: “La primera regla de seducción / es ser una puta sin educación…/disfrutar el sexo oral/ sin decir nunca tu nombre… ser la más puta de las putas”.

Justine ha cruzado una barrera y no habrá marcha atrás. Hace apenas unas semanas, la chica de 16 años llegaba a la escuela donde toda su familia había estudiado la misma carrera. De inmediato sufre las novatadas de los más avanzados. Es el difícil proceso de crecer, encajar, ser aceptado. Su hermana, Alexia (Ella Rumpf), ya lleva dos años en la misma universidad.

La siguiente novatada es complicada: todos tienen que comer vísceras de animal. Más allá del asco el asunto es que Justine, como toda su familia, es vegetariana. Alexia, lejos de ayudarla, le obliga a hacerlo, ”no te los quitarás de encima si no lo haces”. Justine engulle la carne pero en pocas horas comienza la transformación, la comezón, la fiebre. Algo muy extraño le está pasando a Justine, su apetito cambia, su deseo despierta, el cambio ha empezado.

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Con el espíritu de Cronenberg

Sin duda, RAW es la ópera prima más sorprendente que hemos visto en mucho tiempo. Inserta en el subgénero del llamado body horror –claramente influenciada por David Cronenberg- no podemos decir que la premisa sea tremendamente original: la hemos visto antes en Ginger Snaps (Fawcett, 2000), Teeth (Lichtenstein, 2007) o en menor medida en Jennifer’s Body (Kusama, 2009).

Pero lo que hace interesante a esta cinta no es la sangre ni las muchas escenas auténticamente perturbadoras (aunque nunca al extremo del vómito o el desmayo como asegura cierta campaña de promoción que la película no necesita). Lo verdaderamente interesante es ser testigos de cómo la directora, Julia Ducornau (con apenas 33 años de edad) resuelve con brío, pericia, control, incluso cierta elegancia, las muchas situaciones que el guión (no exento de ciertos problemas) va planteando. En manos de otra persona esto sería una cinta absolutamente ridícula, pero bajo la dirección de Ducornau se torna en una interesante metáfora sobre el despertar sexual femenino.

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RAW – Julia Ducournau

El infortunio de la virtud

Y es que no es gratuito que la protagonista se llame Justine, como la protagonista de la novela más famosa del Marqués de Sade, Justine o los Infortunios de la Virtud (1791). Nuestra Justine (al igual que la de Sade) quiere preservar su virtud (su vegetarianismo) pero todo lo que encuentra a su alrededor es una invitación al vicio, a la carne, al sexo. El deseo como una fiebre inevitable de la cual es imposible reponerse.

Resulta central en la narrativa la relación entre las dos hermanas. Alexa busca que su hermana encaje, será su guía en medio de esta carnicería de sexo y sangre, su vínculo es entrañable por ortodoxo (esa escena donde ambas orinan de pie) y por ser un grito de libertad frente a una sexualidad usualmente reprimida. Los apetitos se deben saciar, no importa cómo.

Más allá del terror

Absolutamente transgresora en el estereotipo de lo femenino, RAW plantea no sólo una imagen de la mujer que acepta -aunque no sin dolor- el peso de su sexualidad, sino que además replantea el carácter inamovible de los roles sexuales: el héroe de la película -un chico homosexual- no puede evitar caer en las redes de Justine. El sexo que no sabe de roles de género, el deseo es hambre que afecta a todos.

No hay que perderse en el bosque de los detalles (esa escuela desierta de adultos, esos padres que no tendrían en primer instancia por qué mandar a su hija a ese instituto), ni tampoco en la rigidez del género. Esto va más allá de ser una cinta de terror, es más bien un cuento de carácter sexual, un Sade modernizado, una extraordinaria metáfora a los sudores, pulsiones y el inevitable hambre de carne que sucede en la adolescencia.