Licorice Pizza: Utopía, California

En un mundo donde la adolescencia es retratada como en la serie Euphoria, Licorice Pizza es una bocanada de aire fresco frente a esos tremendismos.

¿Qué tienen los atardeceres en Los Ángeles? El cine los ha retratado con un amor que solo puede entenderse como el homenaje más sentido de la ciudad del cine, de Hollywood y sus leyendas. 

De Sunset Boulevard a La La Land, de Tangerine a Érase una vez en Hollywood, está presente esa luz de la tarde que languidece cual diva del cine mudo, que parece morir, pero no del todo. Ese aire dorado. Sí, los atardeceres angelinos son simpares.

El último atardecer hollywoodense para amar es el final de Licorice Pizza, esa nueva obra maestra de Paul Thomas Anderson.

(Es ocioso decir que cada película que filma PT Anderson es una obra maestra. No digo tanto, pero sin duda Anderson es un director hollywoodense a la altura de Billy Wilder o Howard Hawks, un creador de películas memorables una tras otra. Por cierto, el nombre de la cinta viene, como toda la película, de los recuerdos de adolescencia del director: “licorice pizza” es un modo de llamarles a los LP).

PT Anderson ama la ciudad en la que creció, no se puede entender Licorice Pizza sin eso en mente. Bienvenidos a los recuerdos infantiles de un maestro.

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Un autoregalo

Licorice Pizza es una digresión en la carrera de Anderson. Conocido por dramas de alto calibre como Petróleo Sangriento o The Master, echar una mirada cómica a su propia adolescencia da la impresión de que es un autoregalo en el que Anderson es más un people pleaser que un verdadero artista. Olvídense de eso. Licorice Pizza es una de las grandes películas que se han hecho en este siglo.

 

Gary y Alana

Gary Valentine (Cooper Hoffman) es uno de esos personajes que pasarán a la historia íntima de los cinéfilos. Niño actor y empresario, Gary es cool, el más cool de los adolescentes. 

Licorice Pizza sería un lugar común si estuviera protagonizada por un quinceañero tímido y nervioso que no sabe exactamente que implica el sexo, por más que haya fantaseado al respecto. No Gary. Aunque seguramente es virgen, no le tiene miedo a las mujeres. Por eso en la primera secuencia lo vemos, sin mayor trabajo, ligarse a “la mujer con la que me voy a casar”. 

Y esa mujer es Alana Kane (Alana Haim, parte del grupo Haim). Alana es una joven de 25 años que no sabe dónde va a estar la próxima semana, no digamos en los próximos cinco años. Está furiosa por su falta de rumbo, y Haim sabe darle a su personaje varias tonalidades, del cinismo al sueño de cambiar al mundo.

Licorice-Pizza-Paul-Alana-Haim

Adolescencia utópica

Licorice Pizza es una historia de adolescencia, pero una historia nada azotada.  Eso es un respiro cuando la adolescencia suele retratarse hoy día al estilo Euphoria y otros tremendismos. 

Gozosa, la cinta nos lleva por esa ciudad utópica para todo amante del cine. Una ciudad en la que todo tiene que ver con el cine, todos quieren conocer a la próxima estrella. Agentes, fans, actores en decadencia, el viaje da un poco de todos.

Estilísticamente Licorice Pizza recuerda a Érase una vez en Hollywood, aun cuando son cintas dispares: ahí donde la película de Quentin Tarantino es incendiaria, la de Anderson es gentil; Tarantino es gasolina y Anderson es mantequilla sobre hot cakes. 

Pero no es nada extraño que ambas cintas sean comparables: Tarantino, como Anderson, creció en Los Ángeles entre los sesenta y los setenta, sus recuerdos seguramente serán similares. Ambos cineastas tienen en su memoria emocional el mismo ambiente angelino del Valle de San Fernando, tan clasemediero, tan lleno de anhelos, estrellas, hustlers y sinvergüenzas.

 

Son como niños

Cooper Hoffman, ya se sabe, es hijo de Philip Seymour Hoffman, el actor fetiche de Anderson. Hay que seguir la carrera de Hoffman hijo, su Gary Valentine es entrañable: uno quiere ser como él. 

El mundo de Gary está habitado por niños y adolescentes que pueden vivir muy bien sin adultos. Y son más maduros que las propias estrellas de Hollywood. Vean la breve—y memorable— participación de Sean Penn (como un tal Jack Holden, una versión apenas disfrazada de William Holden) y Tom Waits, dos viejas glorias del cine que se comportan como nenes de primaria recordando su viejo (y aletargado) esplendor. 

Cuando Alana piensa que ya se ligó a Holden comienza la verdadera diversión: vean a Penn regodearse en las fanfarrias de Holden. Toda esa secuencia es oro puro.

 

Utopia, California

Licorice Pizza está llena de detalles muy personales de la adolescencia de Anderson, una cajita de cristal en la que todo está primorosamente acomodado. Alan Haim aparece acompañada por sus hermanas, con las que forma el grupo de rock Haim. 

Los Haim fueron una especie de familia postiza de Anderson: la madre fue su maestra en la secundaria. Gary Valentine está basado en el mejor amigo de la infancia de Anderson y, como él, el Gary de la vida real vivió muchas vidas para cuando cumplió los 15 y tuvo una empresa de camas de agua y otra de máquinas de pinball.

Y la luz de los atardeceres de Los Ángeles son cortesía de la buena mano del fotógrafo Michael Bauman. Si hubiera justicia en Hollywood el trabajo de Bauman debería haber sido reconocido al menos con una nominación al Oscar. Ojalá el guión de Anderson sí se lleve la estatuilla.

Pero no importa si la Academia no reconoce su belleza: Licorice Pizza es de una belleza que no requiere mayores guirnaldas. Bienvenidos a Utopía, California, Estados Unidos.