Un cinéfilo en el Vaticano, o el cine donde siempre hay redención

un cinéfilo en el vaticano

Román Gubern es una de esas vacas sagradas que nadie se atreve a contradecir. Y es que el tipo es un diccionario del cine. Su Historia del cine (Lumen) es un libro de texto necesario en todas las escuelas de comunicación, sociología y, desde luego, realización cinematográfica. Gubern, pues, es un ineludible cuando se trata de ver el cine desde un punto de vista muy analítico, académico.

Un poco de hueva, la verdad. Gubern será una vaca sagrada y jamás osaría echarme un quién vive con él ni con ninguno de sus discípulos avanzados. Después de todo, yo solo soy una gordita con una playera de Back To the Future y gusto por las películas de superhéroes y las romcoms. Sin embargo, he leído a Gubern. Con esto quiero decir que leerlo no es difícil, pero su ego, oh, su ego, ese sí que es insoportable.

 

Expectativa y decepción

El ego se le sale por las orejas a Gubern en Un cinéfilo en el Vaticano, parte de la colección de textos breves que Anagrama publica bajo la rúbrica de Nuevos Cuadernos Anagrama. El libro, de su inicio, promete. La premisa es encantadora: Gubern, que a mediados de los años 90 vivió en Roma porque le encomendaron el Instituto Cervantes de esa capital –una vida linda la del intelectual diplomático–, conoce al sacerdote Enrique Planas quien está encargado de la Filmoteca del Vaticano.

En 1995 Planas se pone en contacto con Gubern para las celebraciones del siglo del cine en la Santa Sede. A Gubern se le cuecen las paradigmáticas habas para tener un nuevo logro como historiador de cine y acepta formar parte del comité de las celebraciones.

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Uno pensaría que lo siguiente es una crónica muy divertida sobre las películas que el español encontró en los sótanos de la Santa Sede, o algo así como películas secretas sobre exorcismos o sobre cómo quemar en aceite a los comunistas. Oportunidad perdida.

Al parecer el propio Gubern esperaba en algún momento lo mismo, según nos cuenta en la primera parte del cuaderno. Decepción. Luego lo que viene es un erudito recorrido por la historia del cristianismo y el cine. Por erudito quiero decir interesante, pero, eh, medio ocioso.

El libro se detiene para que Gubern nos ilumine con su mirada de rayos láser y nos purifique con los relámpagos sanadores que salen de su dedo índice derecho. Y eso deja de ser interesante porque se trata del tedioso paseo egocéntrico de un santón.

 

Jesús en la historia del cine

Con esto no quiero decir que Un cinéfilo en el Vaticano no tenga buenas observaciones que pueden importarnos a todos los que nos gusta el cine. Por ejemplo, Gubern medita sobre el poder moralizante no ya del cine, sino de la publicidad. Estamos los miembros de la sociedad contemporánea tan hundidos en una cultura audiovisual que estamos dispuestos a dejar nuestra autonomía de juicio en manos de los Don Draper del siglo XXI.

Lo rescatable de Un cinéfilo en el Vaticano son sus observaciones completas sobre el retrato de Jesús en la historia del cine. En el Vaticano tienen interés de que el Mesías se vea reflejado en hombre jóvenes, sanos y de conducta notablemente privada. El cine “de romanos”, ese que en las primeras seis décadas del siglo XX inundó las salas con perlas como Ben-Hur y Quo Vadis?, alcanza su cénit, dice Gubern, con la versión de Rey de Reyes (1962) de Nicholas Ray. Es un vehículo perfecto, el cine, para la redención melodramática. Ahí donde Hollywood y los cineastas de las grandes filmografías europeas han visto “la más grande historia de la Historia” (como rezaba el cartel de Rey de reyes), el Vaticano ha encontrado un modo de siempre llevar la redención crística a los legos.

 

Fuente citable

Ese cine santo y melodramático no nació en los años 50, sino que, como nos explica el autor, tan pronto como hubo cine hubo cine cristiano. Como supo la iglesia católica desde la evangelización, las imágenes son la forma más rápida de llegar al espíritu de los salvajes. Y si los monitos se mueven, pues todavía más seductor.

Un cinéfilo en el Vaticano puede ahorrarse para quien solo busca una crónica de alma ligera sobre un lugar sui generis para la historia del cine, pero para todo aquel muy interesado en el cine evangélico como fenómeno sociológico, el librito ofrece una fuente citable.