The Whale, la película que inauguró el Cabos Film Fest

The-Whale-Cabos-Film-Fest

Fiel a sus obsesiones, en The Whale (EU, 2022), el director Darren Aronofsky tortura a sus personajes, los hace sufrir por sus pecados, y de refilón también nos incomoda en un espectáculo de patetismo como tal vez nunca habíamos visto en su filmografía.

Como para que no quede duda hasta donde estaremos dispuestos a llegar, The Whale inicia con una escena plena en shock value: Aronofsky nos presenta a Charlie (impresionante Brendan Fraser), un hombre mórbidamente obeso, masturbándose (o intentándolo) mientras ve porno en su laptop.

Te puede interesar:  Festival de Cine de los Cabos: lista completa de películas en #LosCabos11

Charlie se dedica a dar clases de redacción en línea, pero el hombre nunca enciende la cámara de su computadora, le apena mostrarse frente a sus alumnos, le apena pues, ser este gordo inmenso que no puede caminar si no es gracias a una andadera, que no puede bañarse si no es gracias a una serie de aparatos instalados en su baño, que literalmente no puede respirar sin bañarse en sudor, y que no importando que su presión arterial llegue a 238 / 134, el miserable sujeto sigue empacándose sus gansitos, su pizza o su cubeta de pollo frito (Precious dixit).

Lo que en otra arena sería un gag de burla hacia los gordos (pienso en cierto capítulo de los Simpson donde Bart es un gordo orgulloso de no poder bañarse si no es gracias a un palo con una esponja, o incluso recuerdo cierta canción de Molotov), aquí se convierte en un espectáculo grotesco que raya en el terror: el momento donde finalmente vemos a Charlie levantarse de su enorme sillón y caminar por el estrecho pasillo de su pequeño departamento es como ver a un animal inmenso, un monstruo que apenas puede caminar levantarse y mostrarse en la inmensidad de su anatomía y de ese abdomen amorfo y gigante que parece tener vida propia.

El público se debate entre el asco y el horror sobre todo cuando vemos que, a pesar de su condición al borde de la muerte, Charlie sigue comiendo como si no hubiese mañana. No ha pasado ni media hora de la película y uno no puede sino sentirse mal por lo que uno comió en la tarde, prometiéndose a sí mismo no volver a comer nada que no sean lechugas.

Charlie estaría muerto a no ser por su abnegada amiga/enfermera Liz (magnífica Hong Chau), quien lo visita diariamente para tomarle la presión, regañarlo por no ir al doctor (no quiere hacerlo porque no tiene seguro de gastos médicos), o salvándolo cada vez que está a punto de tener un ataque cardiaco, que en su condición es casi diario. Pero Liz también lo apapacha, le lleva que su pollito, que su baguette, y se sientan a ver algún programa tonto en la televisión.

Brendan-Fraser-The-Whale-Cabos

Todo sucede al interior del oscuro y pequeño departamento de Charlie (situado en un segundo piso, como para enfatizar que esta mole de grasa no podría dejar el lugar nunca más), lo cual obliga a Aronofsky abandonar la gran mayoría de sus trucos visuales. La cámara a cargo del gran Matthew Libatique (cinefotógrafo de cabecera del director) literalmente gira alrededor de Charlie, como para enfatizar su condición de centro inamovible de este universo. El departamento es fotografiado como una cueva oscura llena de libros, papeles y comida, con pasillos estrechos y cuartos clausurados por los recuerdos dolorosos del pasado de Charlie.

¿Cómo es que un hombre puede abandonarse a tal grado? Poco a poco sabremos las razones gracias a los personajes que entran a escena, como por ejemplo Ellie (Sadie Sink) su esbelta hija adolescente que lo visita con ánimos de torturarlo, humillarlo, mientras que Charlie está dispuesto a pagarle dinero con tal de que lo siga visitando, así sea nomás para que este le redacte la tarea de las materias que está a punto de reprobar.

Es ahí cuando nos enteramos que Charlie estuvo alguna vez casado, pero que la muerte del verdadero amor de su vida (otro hombre) fue lo que terminó derrumbándolo hasta convertirlo en este patético obeso mórbido.

Ya para este momento uno se pregunta, ¿y todo esto para qué?, qué sentido tiene adentrarse a la vida de este miserable sujeto y además tras esta visión que roza en la pornografía: véanlo como camina, véanlo como suda, véanlo cómo no puede ni cagar, véanlo zambullirse una cubeta de pollo.

Esta película no puede entenderse como un acto de empatía, al contrario, es un acto casi de odio. Cada que Charlie está a punto de tragarse una golosina más, el score a cargo de Rob Simonsen se encarga de recalcar que algo malo está pasando. Nunca comerse un Chocotorro fue tan dramático.

Lo que podría haber sido un estudio sombrío sobre la soledad de un hombre dispuesto a matarse a sí mismo de pura tristeza, se convierte en un show decadente y patético que sería imposible de ver a no ser de la extraordinaria actuación de Brendan Fraser cuyo principal mérito es no dejarse engullir (pun intended) por este horrible y patético personaje. Porque detrás de todo esa grasa, detrás de ese horrendo fat suit que lo cubre de pies cabeza, está la sonrisa franca de Fraser, la mirada incluso cautivadora, la risa que contagia en los pocos momentos de humor de la cinta.

Si lo que pretende Aronofsky es convencernos que debajo de todo gordo hay un ser humano con sentimientos y virtudes, vaya, bien pudo ahorrarse el drama y el patetismo. El gran mérito de The Whale (y por lo único que vale la pena verla) es por Fraser mismo, un regreso que no podía ser más sorprendente y casi adecuado para la historia de un actor cuya rumbo al estrellato se vio trunco y que ahora retoma el camino a la gloria, porque de una nominación al Oscar no se salva el tremendo grosso Brendan Fraser.

The Whale inauguró el 11 Festival Internacional de Cine de los Cabos.