No Nos Moverán: otra actitud frente a la masacre

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En No Hubo Barco Para Mí, (Cal y Arena, 215), Luis González de Alba -líder histórico del 68, fallecido en 2016- limpia de polvo y paja lo ocurrido el 2 de octubre de 1968. 

El único líder del movimiento estudiantil que dejó testimonio escrito de cuanto vio y escuchó aquella tarde de octubre desde el tercer piso del Edificio Chihuahua en Tlatelolco, narra a contracorriente no solo de la versión oficial, sino en vía opuesta al rencor institucionalizado que llevó a los integrantes de la otrora izquierda al gobierno que encabezan hoy día en México. 

Luis De Alba registra en su autobiografía a los jóvenes masacrados, pero también a los soldados muertos, asesinados por aquellos del guante blanco: el infame batallón Olimpia que inició la balacera.

Ya en el colmo del revisionismo, el autor recuerda a tres elementos del Ejército con los que se sintió en deuda hasta su muerte: aquel que le ofreció un pedazo de melón cuando lo llevaban detenido, el que le ofreció una cobija al verlo muerto de frío al entrar a la celda, y el oficial que se golpeaba una mano contra la otra mientras lo interrogaba, para así engañar a sus superiores y que pensaran que le estaba dando la madriza que le habían ordenado. 

Una herida que no queremos sanar

El 2 de octubre es una de esas heridas que nos siguen doliendo pero que nos empeñamos en nunca curar. Como cuando nos cortamos y casi que por instinto animal nos quitamos la costra, solo para provocar un nuevo sangrado. 

“No se olvida”, dice la frase icónica, pero al menos en 2025, el 68 está más que olvidado. Luego de décadas de ser usada como arma de chantaje político, los líderes del 2 de octubre (Pablo Gómez, p. ej.) -aquellos que fueron golpeados y torturados por militares-  hoy, a casi sesenta años de aquella fatídica noche, son cómplices de la militarización rampante y vertiginosa del país.

Los mismos que tomaban las calles y marchaban cada octubre, aquellos que gritaban que “no se olvida”, que condenaban y caricaturizaban a los militares como changos asesinos que solo siguen órdenes, esos mismos hoy nos dicen que no hay mejor solución a la inseguridad narca que militarizar todo. ¿Y el 2 de octubre? Bien gracias. 

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No Nos Moverán

Con una propuesta más cercana a lo que hace Gonzáles de Alba en su autobiografía, la cinta No nos Moverán (México, 2024) mezcla el noir, el thriller, y el humor para hablar sobre el 68 mexicano. Una combinación que nunca se había visto, no solo en el cine mexicano sino en la narrativa del propio 2 de octubre.

Con una estética que no niega sus orígenes (en algún momento de la película se enfoca una copia de Temporada de Patos, de Fernando Eimbcke) y un guión basado en cierta historia familiar, No nos Moverán nos presenta a Socorro (extraordinaria Luisa Huertas en -inexplicablemente- su primer protagónico en el cine mexicano), una abogada “trinquetes”, instalada ya en la tercera edad pero que aún así sigue ejerciendo la profesión desde su casa, un departamento en Tlatelolco que comparte con su hermana (con quien está peleada) y eventualmente con su hijo mayor.

En ese mismo lugar, un dos de octubre de 1968, el hermano menor de Socorro salió del departamento y nunca regresó. Desde entonces, su hermana se ha empeñado en investigar qué soldado se llevó a su hermano y presionó el gatillo en medio de la masacre estudiantil.

Más de cincuenta años después, Socorro recibe un paquete de un finado colega que le tenía guardado ciertos datos que nunca le quiso entregar. En ese paquete está la pista que faltaba para dar con el asesino de su hermano. 

No hay justicia

Socorro no busca justicia. Sabe que eso en México no existe, y menos cuando se trata del 68. “La retribución exacta”- dice la abogada- “es el ojo por ojo”. 

No importando lo pernicioso de sus planes de venganza, Socorro no está sola: cuenta con su amigo Siddhartha (divertidísimo José Alberto Patiño) -un joven que alguna vez rescató de caer en la cárcel y que ahora se ha vuelto no solo en su fiel cómplice sino en un servicial correveidile- y con el Lic. Candiani (icónico Juan Carlos Colombo), un anciano abogado que alguna vez fue profesor de derecho.

 

Filmada en blanco y negro, dirigida y escrita por el egresado del CUEC, Pierre Saint-Martin, No Nos Moverán fluye con gracia por tres razones. La fotografía a cargo de César Gutiérrez Miranda, quien usa el blanco y negro para enfatizar el tiempo congelado en el que vive Socorro: un departamento lleno de papeles, fotos viejas y desorden, que son un mudo testigo de la matanza y de las obsesiones de la abogada, como aquella paloma que simboliza el espíritu de su hermano.

Segundo, la actuación de una imbatible Luisa Huertas quaién no solo aguanta con aplomo el close-ip de la cámara de César Gutiérrez, sino que además pasa -con apabullante facilidad- del drama, a la angustia, al odio y a la picardía (“le mandamos a dar su calentadita”)sin olvidar nunca la tristeza eternizada en el tiempo. 

La presencia de Luisa Huertas es el ingrediente clave que hace de esta una de las mejores películas mexicanas del año.

Un pecado olvidar

Pero luego está el guión -escrito por el director junto con Iker Compean Leroux- cuya propuesta es acaso lo más disruptivo que se ha dicho en el cine mexicano sobre el 2 de octubre. 

Y es que en efecto, “es un pecado olvidar a los que perdimos, y hay que hacerles justicia”, pero también es un error no conciliarse con el pasado, vivirlo todos los días como si fuera el primero, no superar las heridas y seguir quitándose las costras sin antes dejarlas secar. Ese odio perenne se vuelve rencor, rencor que además ha sido usado en nuestro país como arma política.

La propuesta de Pierre Saint-Martin es osada : ha llegado el momento de ver al 2 de octubre desde otra perspectiva, ha llegado el momento de reírnos de nosotros y de nuestras tragedias, y el 68 no es una excepción. 

A medio camino del humor negro, del humor costumbrista, y del film noir, No Nos Moverán no propone olvidar, pero sí propone tener una actitud diferente hacia uno de los hechos que marcaron la vida de nuestro país.

Hacer pues, del 2 de octubre, una fecha alejada del rencor y más cercana a la humanidad.