Una obra maestra tras otra: PTA está de regreso

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Hablar de Paul Thomas Anderson siempre es un reto. Su cine no se presta a las comparaciones fáciles ni a los rankings; cada una de sus películas tiene un peso propio, una identidad tan contundente que intentar decidir “cuál es la mejor” se vuelve un ejercicio inútil. Dicho esto, sí me atrevo a decir que Una Batalla Tras Otra es, sin duda, su película más política y, al mismo tiempo, la más urgente y relevante en el contexto actual.

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Anderson ha filmado durante décadas historias que nos invitan a la introspección, a observarnos en el espejo de sus personajes y dilemas. Esta no es la excepción, aunque aquí ese espejo no solo refleja lo íntimo, sino también lo colectivo: la tensión de vivir en un mundo donde la ficción y la realidad se confunden y se entrelazan.

Parte de la magia de esta experiencia fue llegar sin preparación alguna: no vi tráileres, no leí sinopsis, ni siquiera repasé entrevistas. Me entregué a la película con la mente abierta y creo que esa es la mejor forma de acercarse a ella. Una Batalla Tras Otra es un relato que se descubre capa por capa, batalla tras batalla, y cada espectador merece atravesar esa experiencia de manera personal. De ahí que resulte complicado hablar demasiado de la trama sin arruinar el misterio y la construcción que Anderson tan cuidadosamente plantea.

Hay algo que no puedo dejar de mencionar: esta es la primera colaboración entre Paul Thomas Anderson y Leonardo DiCaprio. Y lo único que me pregunto es: ¿por qué tardaron tanto? DiCaprio se integra de manera natural al universo andersoniano, con una interpretación que equilibra la intensidad dramática con la sutileza de los matices emocionales. Es como si siempre hubiera pertenecido a esta filmografía. El resultado es un diálogo perfecto entre un director en pleno dominio de su lenguaje y un actor que sabe perderse en la piel de cada personaje.

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En cuanto a su dimensión política, la película resuena con una fuerza particular. Con el clima actual en Estados Unidos y en buena parte del mundo, Una Batalla Tras Otra llega en el momento exacto. No es un panfleto ni un sermón, sino un recordatorio de cómo el cine puede iluminar las tensiones y contradicciones de la sociedad. Anderson no dicta respuestas, pero sí plantea preguntas incómodas que nos hacen reflexionar sobre el poder, la manipulación y la manera en que las narrativas oficiales construyen —y destruyen— realidades. La película no solo se siente relevante: se siente necesaria.

Al salir de la sala, la sensación es clara: Anderson sigue siendo uno de los cineastas más lúcidos de nuestro tiempo. Su obra no necesita competir consigo misma porque todas sus películas son, de distintas maneras, obras maestras. Pero Una Batalla Tras Otra se distingue porque, más allá de su virtuosismo técnico y narrativo, funciona como un espejo de este presente tan convulso. Y, como espectadores, nos confronta con la pregunta de siempre: ¿qué batallas estamos librando nosotros, aquí y ahora?