De entrada, quisiera comenzar este texto con una disculpa y una confesión. Primero, porque este texto no es una revisión biográfica ni documental acerca de la trayectoria de Brigitte Bardot. Y segundo, porque sólo he visto una película de este gran icono francés.
Sin embargo, me siento hoy, un día después de su muerte, motivada a escribir algo porque ese único filme quedó prendado en mi vida para siempre, y estoy segura de que, sin la presencia de Bardot, no hubiera sido lo mismo.
“Y Dios creó a la mujer” (1956) dirigida por Roger Vadim, cuenta la historia de los hermanos Tardieu, dueños de un humilde astillero en Saint-Tropez. Un maduro millonario, Carradine, desea hacerse del lugar para poder construir ahí mismo un casino, pero curiosamente también los une a todos el deseo por la joven Juliette.
Interpretada por Bardot, la protagonista es una chica huérfana de 18 años (menor de edad en Italia) que gusta de tomar el sol desnuda, andar usualmente descalza y despeinada, además de mostrar una actitud hedonista hacia la vida. Su atractivo físico y su desinhibición sexual hacen que sus padres adoptivos se cuestionen regresarla al orfanato, por lo que la joven tiene que decidir qué hacer para evitarlo.
No es exactamente un filme que se encuentre localizado entre las mejores películas de Cahiers du Cinéma, incluso la crítica lo califica con opiniones encontradas; pero ninguno puede negar que fue un momento histórico en el cine, al mostrar en la pantalla grande a una mujer con tanta sensualidad y liberación sexual. Básicamente Marilyn Monroe era en Hollywood y Brigitte Bardot era en Europa.

La primera y única vez que vi esta película yo tenía alrededor de 13 años. Gracias a que contábamos con cable, la pude ver a escondidas de mis padres, en un canal llamado Europa Europa. Sentí que miraba algo prohibido, sin embargo, a pesar de varios desnudos parciales y más de una escena sexual sugerida, percibí que era más el escándalo de su época que en realidad algo tan inmoral. A inicios del siglo XXI ya existía HBO, entonces no hubo nada que me asustara tanto como pensé.
Me parece importante revelar mi edad porque yo estaba en pleno inicio de mi adolescencia, el inicio de descubrir mi propia identidad. Recuerdo que, en una escena, a Juliette, se le pregunta si es virgen. “¿Por qué si Dios es amor, es pecado hacer el amor?” ella responde. Esta frase, que no recuerdo si fue exactamente así, pero en esencia lo fue, se quedó grabada en mi mente de por vida. Hasta la fecha, incluso cuando aparentemente no estoy pensando en nada, esta frase regresa a mi cabeza.
Casi al final de la historia, uno de sus pretendientes menciona que hay mujeres que son la destrucción de los hombres, una típica frase que usualmente nos sitúa como los mitos de Salomé, Dalilah o Eva, nosotras somos las seductoras y culpables de los deseos masculinos. Ojalá pudiera decir que hoy en día no se le culpa a la mujer de ser quien provocó un acoso o abuso sexual, ni a Yoko Ono de separar a los Beatles.
Es verdad que el personaje de Juliette es de personalidad coqueta y que les da entrada a los personajes masculinos, pero del mismo modo, les da salida, porque al final, a casi todos lo rechaza. Varias veces declina diferentes propuestas de matrimonio, aun por más convenientes que éstas sean para lograr salir de problemas.
Sólo un hombre parece causarle interés, curiosamente el único que se muestra hostil hacia ella. Antoine, el hermano mayor de los Tardieu. Él resalta para ella como el diferente, lo que hace que incremente su deseo por conquistarlo. Juliette lo llama amor, pero el espectador sabe que es encaprichamiento.

El hermano menor, Michel, le propone matrimonio para evitar su marcha de Saint-Tropez. Es el único que le ofrece una solución viable, y a pesar de que ella lo rechaza varias veces, ante la desesperación acepta. Es notorio que como el guión intenta mostrar a Michel como el “chico bueno” mientras que Antoine es el “chico malo”, pero en realidad creo, quizás sin proponérselo, que resulta más compleja esta relación triangular entre hermanos.
Antoine se parece mucho a varios personajes masculinos que todas hemos visto fuera y dentro de la pantalla. El famoso “yo lo puedo cambiar”. Al ser el primogénito, posee características dominantes: es el mayor, el líder, el más alto y fuerte, de carácter duro, con varios atributos varoniles propios de un potro que no se deja domar. Muestra la famosa relación amor-odio que tanto le fascina replicar a Hollywood, con la diferencia de que aquí cuando Juliette logra acostarse con él, la película cambia de tono.
Por primera vez Juliette no se siente libre, cae enferma y la vemos completamente cubierta en cama; carga con mucha culpa, pero no es hacia haber sido infiel a su esposo, sino darse cuenta de que lo fue con ella misma. Michel tampoco es una víctima, la historia intenta ponerlo como el esposo ingenuo y engañado, sin embargo, él pese a saber que ella no lo amaba, aprovechó un momento de vulnerabilidad para pedirle matrimonio. Eso tampoco es amor.
El desenlace podría ser cuestionable, ya que declara que las mujeres nos sentimos atraídas hacia ser sometidas, incluso agredidas, pero creo que es ahí donde en mi opinión entra más la interpretación de Bardot que la historia de Vadim. No olvidemos que hay un tercer pretendiente, Carradine, que aparentemente cumple todas las características de ambos hermanos, es millonario y poderoso, pero transparente en su interés por Juliette.
La protagonista no siente respeto hacia sí misma cuando está con Antoine, muere de aburrimiento cuando está con Michel, y no muestra confianza hacia Carradine, que, por cierto, está casado. Por eso, al final, cuando esta película terminó, mi sensación fue la de que ninguna mujer debía conformarse sólo por ser lo correcto.

Las mujeres toda nuestra vida recibimos mensajes de que debemos sentirnos atraídas sexualmente por hombres con atributos machistas, casarnos con aquél que nos “quiera bien” y, además, buscarnos alguien que nos mantenga. Estamos en camino a modificar estas ideas, pero el sistema aún opera de esta forma. Por eso, a veces, cuando algo en una relación no funcionaba, me comenzaba a preguntar si estaba siendo Juliette, al intentar forzar lo que sabía que no era honesto conmigo misma.
Ayer, mientras cenaba con una amiga, ella mencionaba que admiraba mi capacidad para saber cuándo finalizar una relación a tiempo. En realidad, sé que mucho de esto se lo debo a mi propia terapia, y al apego seguro que tuve durante mi infancia, pero también, al arte. Lo hermoso del cine es que nos ayuda a sublimar para proyectar nuestros propios temores. Muchas veces he sido Juliette -yo creo que todas-, el chiste es darse cuenta.
Lo poco que sé de la vida de Brigitte Bardot es que justo a los 18 años se casó con Roger Vadim, sí, el director de la película. Tuvo cuatro divorcios, en uno de sus matrimonios se embarazó sin planearlo y tuvo a su único hijo pese a no desear ser madre. Ambos mantuvieron toda su vida una relación casi nula. Bardot no fue una persona estable, varias veces tuvo que ser hospitalizada por problemas de salud y emocionales, entre ellos un intento de suicidio.
Además, durante su primer matrimonio con Vadim, tuvo un romance con Jean Louis Trintignant, su coprotagonista en “Y Dios creó a la mujer”. Este paralelismo que yo desconocía antes de investigar más de la película, creo que fue lo que se quedó tan impregnado en mí. Creo que va más allá de sólo ser la película que sólo la catapultó como símbolo sexual, porque hasta la fecha, yo estoy agradecida con Bardot, porque constantemente me pregunto si estoy siendo libre o si estoy haciendo eso para lo que creo que Dios me creó.