Frankenstein: O cómo  romper los ciclos de dolor. 

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Ni un alma más cabía dentro del teatro Mariano Matamoros. Y es que durante la 23er. edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) tuvo lugar el  estreno en Latinoamérica del nuevo filme de Guillermo Del Toro. La novela gótica  en la que se basa, escrita por Mary Shelley, nos cuenta la ya clásica historia de  Victor Frankenstein, un científico cuya fijación es concebir vida a partir de la muerte,  y cómo su atormentada creación trae terribles consecuencias para él y aquellos a  quienes ama. Pero esta versión cinematográfica cuenta con un enfoque distinto: la paternidad fallida. 

También llamada El Moderno Prometeo, Del Toro se acerca al material de origen  con evidente admiración y a la vez desde un lugar profundamente personal. Oscar  Isaac como un inventor aristócrata, arrogante y obsesionado con la inmortalidad, cautiva no sólo por la energía que demuestra en sus diálogos sino también por la  visible grieta emocional que transmite con su mirada, sus movimientos y su  particular forma de relacionarse con otros, creyéndose siempre el hombre más  inteligente en la habitación. A la par se encuentra Jacob Elordi como el monstruo,  entregando una actuación contenida pero no por ello menos espectacular.

Momentos con gran profundidad, desoladores, y me atrevo a decir humanos, son  gracias a su extraordinario trabajo que, cabe destacar, es puramente físico en la  primera parte del relato, tan solo emitiendo una sola palabra: el nombre de su  creador. Los efectos prácticos y el maquillaje en la criatura son equiparables con El  Laberinto del Fauno (2006) o The Shape of Water (2017) haciendo de este cadáver  reanimado uno bastante atractivo al compararlo con las representaciones de Boris  Karloff, Peter Boyle o Robert De Niro. 

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Con Elizabeth -personaje interpretado por Mia Goth- conocemos el corazón tanto de  Frankenstein como de la criatura. Me hubiera gustado explorar más de su relación  con ambos, en un rol que hasta cierto punto se siente desaprovechado, y cuyo  repentino desenlace queda a deber en lo emocional, al menos para quienes no  estén familiarizados con la novela. Tomando en cuenta la filmografía de la actriz, y  hasta su apellido, ya era hora de que una colaboración con el director mexicano se  concretara. Como Harlander (el carismático benefactor de nuestro protagonista),  Christoph Waltz amenaza con robar la atención en cada escena; para buena suerte  del elenco y mala para la audiencia, su estancia no es prolongada. 

Siendo honesto, tenía mis reservas con respecto a esta segunda alianza entre Del  Toro y Netflix, pues si bien Pinocchio de 2022 llego a buen puerto, las películas live action del líder en streaming no se caracterizan por altos estándares de calidad.  Con gusto puedo despejar cualquier preocupación al asegurar que Frankenstein es  una cinta hecha para verse en la pantalla más grande posible. Con frecuencia  deseaba tener un mejor lugar dentro de la sala y poder apreciar todos los detalles del laboratorio de Victor o la embarcación del Capitán Anderson, ambos sets reales y construidos en totalidad. 

El diseño de producción a cargo de Tamara Deverell, junto con la fotografía de Dan  Laustsen es impecable al adentrarnos de lleno en este mundo sombrío, que con  igual crudeza retrata la horca o la guerra como sitios idóneos para encontrar un  cuerpo, o partes de él, a fin de llevar a cabo un macabro experimento. Si tuviera  algo de que quejarme serían los efectos especiales en dos puntos específicos. El primero involucra el exterior de la torre en que el rayo cae, una carrera frenética  contrarreloj con una lluvia apabullante sobre un cielo con tonalidades verdes que en  conjunto me distrajo del clímax; la otra tiene que ver con un incendio y posterior  explosión donde el fuego se notaba artificial en cómo interactuaba con el entorno y  los personajes. Qué puedo decir, secuencias ambiciosas donde la integración de  los elementos se quedó a medias. 

Para nadie es un secreto la sensibilidad, empatía y amor que Guillermo Del Toro  profesa a los monstruos, dejando en cada uno de sus proyectos una pizca de su esencia. Tal vez de manera inconsciente, los hijos estamos destinados a replicar la  imagen de nuestros padres, a heredar traumas generación tras generación… ¿es  posible romper esos patrones de conducta que nos lastiman? El joven Frankenstein  no lo consigue, marcado por un progenitor cruel y ausente interpretado por Charles  Dance, que lo reprime y golpea al mínimo error, tal como él hará con su creación en  un futuro. El último atisbo de calidez y humanidad muere con su madre y la llegada  de William, su hermano menor. Pero el mensaje del cineasta tapatío es sobre  esperanza, los pequeños actos de bondad que tienen un impacto positivo en el  mundo; la participación de David Bradley como el anciano ciego es pequeña pero  poderosa en el desarrollo de la criatura, experimentando al fin compasión e  inevitable dolor ante la perdida de un amigo. 

Como si se tratara también de un científico poco ortodoxo, Del Toro va uniendo en  un solo cuerpo de trabajo distintas partes de su vida: la religión católica, lo extraño  que es crecer siendo hijo de un hombre difícil de descifrar, la redención en el  momento adecuado, el descubrir la obra literaria de Shelley a sus 11 años y el  dialogo que ahora sostiene con la autora inglesa a través de su propia adaptación,  inyectando vida a un texto con más de 200 años de antigüedad.

Hay un monstruo  en todos nosotros, inadaptados, minorías o con un lado no tan atractivo que  mantenemos oculto, pero el arte logra purgar esas tragedias personales que nos  guardamos, las expone y les concede un valor intrínseco. El tamaño de la pantalla  donde se disfrute Frankenstein es importante, pero el tamaño de la visión y la notoria  pasión con la que se ejecuta es lo verdaderamente hermoso.